miércoles, 31 de mayo de 2017

Cervantes vivió casi un año en Roma, entre septiembre de 1569 y el verano de 1570, como camarero del cardenal Giulio Acquaviva. Roma fue una bisagra de su biografía. Marcó el paso de la vida de estudiante a la de soldado. Estuvo poco tiempo en la ciudad eterna, pero lo suficiente para conocer la urbe y su ambiente. Cervantes era joven, tenía 22 años, y la mente muy despierta. Al final de sus días, Cervantes concluye su última novela "Los trabajos de Persiles y Sigismunda", situando Roma como meta de los protagonistas. Mientras su cuerpo desfallecía en Madrid, su espíritu estaba en Roma. 

miércoles, 10 de mayo de 2017

Gaspar van Wittel - View of Tor di Nona


San Teodoro al Palatino


Iglesia de la que fue titular el cardenal Giulio Acquaviva desde el 6 de septiembre de 1570 al 21 de julio de 1574, fecha de su muerte. ¿Asistiría Cervantes, camarero suyo, a su toma de posesión? Es probable.

Tumba de Giulio Acquaviva, cardenal al que sirvió Cervantes, en San Juan de Letrán



Fuente

El rapto de Galatea, por Rafael, en la Villa Farnesina.
La Galatea es el título de la primera novela de Cervantes.
Villa Madama fuori Porta Angelica

Fuente
http://rubens.anu.edu.au/htdocs/ bycountry/italy/rome/popolo/ plansofrome/piazza.popolo/ images/display00005.html
Piazza del Popolo, 1826
 Fuente

miércoles, 29 de marzo de 2017

El soneto a Roma del Persiles (Libro IV, capítulo III).


¡Oh grande, oh poderosa, oh sacrosanta,
alma ciudad de Roma! A ti me inclino,
devoto, humilde y nuevo peregrino,
a quien admira ver belleza tanta.

Tu vista, que a tu fama se adelanta,
al ingenio suspende, aunque divino,
de aquél que a verte y adorarte vino
con tierno afecto y con desnuda planta.

La tierra de tu suelo, que contemplo
con la sangre de mártires mezclada,
es la reliquia universal del suelo.

No hay parte en ti que no sirva de ejemplo
de santidad, así como trazada
de la ciudad de Dios al gran modelo.

Fuente

 

Las impresiones de Roma del Licenciado Vidriera

Despidióse Tomás del capitán de allí a dos días, y en cinco llegó a Florencia, habiendo visto primero a Luca, ciudad pequeña, pero muy bien hecha, y en la que, mejor que en otras partes de Italia, son bien vistos y agasajados los españoles. Contentóle Florencia en estremo, así por su agradable asiento como por su limpieza, sumptuosos edificios, fresco río y apacibles calles. Estuvo en ella cuatro días, y luego se partió a Roma, reina de las ciudades y señora del mundo. Visitó sus templos, adoró sus reliquias y admiró su grandeza; y, así como por las uñas del león se viene en conocimiento de su grandeza y ferocidad, así él sacó la de Roma por sus despedazados mármoles, medias y enteras estatuas, por sus rotos arcos y derribadas termas, por sus magníficos pórticos y anfiteatros grandes; por su famoso y santo río, que siempre llena sus márgenes de agua y las beatifica con las infinitas reliquias de cuerpos de mártires que en ellas tuvieron sepultura; por sus puentes, que parece que se están mirando unas a otras, que con sólo el nombre cobran autoridad sobre todas las de las otras ciudades del mundo: la vía Apia, la Flaminia, la Julia, con otras deste jaez. Pues no le admiraba menos la división de sus montes dentro de sí misma: el Celio, el Quirinal y el Vaticano, con los otros cuatro, cuyos nombres manifiestan la grandeza y majestad romana. Notó también la autoridad del Colegio de los Cardenales, la majestad del Sumo Pontífice, el concurso y variedad de gentes y naciones. Todo lo miró, y notó y puso en su punto. Y, habiendo andado la estación de las siete iglesias, y confesádose con un penitenciario, y besado el pie a Su Santidad, lleno de agnusdeis y cuentas, determinó irse a Nápoles; y, por ser tiempo de mutación, malo y dañoso para todos los que en él entran o salen de Roma, como hayan caminado por tierra, se fue por mar a Nápoles, donde a la admiración que traía de haber visto a Roma añadió la que le causó ver a Nápoles, ciudad, a su parecer y al de todos cuantos la han visto, la mejor de Europa y aun de todo el mundo.

domingo, 26 de marzo de 2017

Monte Testaccio

Cercáronle luego los muchachos; pero él con la vara los detenía, y les rogaba le hablasen apartados, porque no se quebrase; que, por ser hombre de vidrio, era muy tierno y quebradizo. Los muchachos, que son la más traviesa generación del mundo, a despecho de sus ruegos y voces, le comenzaron a tirar trapos, y aun piedras, por ver si era de vidrio, como él decía. Pero él daba tantas voces y hacía tales estremos, que movía a los hombres a que riñesen y castigasen a los muchachos porque no le tirasen.
Mas un día que le fatigaron mucho se volvió a ellos, diciendo:
-¿Qué me queréis, muchachos, porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas? ¿Soy yo, por ventura, el monte Testacho de Roma, para que me tiréis tantos tiestos y tejas?

Por oírle reñir y responder a todos, le seguían siempre muchos, y los muchachos tomaron y tuvieron por mejor partido antes oílle que tiralle.

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